Review: Iron Fist
Netflix presentó al último héroe en formar equipo con Daredevil, Jessica Jones y Luke Cage en lo que será The Defenders, serie a estrenarse a fin de año. Llegó Iron Fist pero junto con él, y tras visionar los 13 episodios de su primera temporada, también lo han hecho sensaciones encontradas que responden a las contradicciones de un personaje que no está del todo bien delineado, como tampoco lo está la senda a recorrer a lo largo de su trama.
Tras sufrir un terrible accidente aéreo en el Himalaya donde perecieron sus padres, Danny Rand (Finn Jones) es rescatado por unos monjes ancestrales que lo entrenan por quince años en el templo sagrado de K’un-Lun para convertirse en Iron Fist, el protector del templo y declarado destructor de la hermandad de ninjas The Hand. Arraigándose en las enseñanzas del budismo, la construcción del personaje desde el guión pareciera no solo malinterpretar lo que la doctrina budista se propone, sino también las intenciones de un personaje tan confundido como el desarrollo que le brindan.
El personaje de Danny Rand dedicó toda su vida únicamente a controlar sus emociones, su mente y espíritu, además de abandonar todo signo material y de identidad posible, logrando ser elegido el mejor de todos los postulantes para llevar a cabo la tarea del Iron Fist. Sin embargo, todo lo que tiene que ver con su lugar en el mundo y sus deseos entran en total contradicción con lo supuestamente aprendido. Desde que el personaje es presentado, pasando por todo el desarrollo de tramas y subtramas e incluso llegando hasta el desenlace de la temporada, Danny Rand no presenta evolución alguna, sino todo lo contrario. Se propone recuperar su identidad, con ella el control de la empresa de su padre y, para colmo, cada enfrentamiento en su vida revela su falta de control de las emociones, la mente y el espíritu.
Entonces, cada alusión a las enseñanzas budistas terminan resultando meras palabras al azar o coreografías como capricho y excusa para relacionar con el estilo de combate de Kung-fu. Con esa hipocresía como eje principal, la historia del monje multimillonario, la serie se ve afectada o más bien atrapada entre dos tramas principales que poco o nada las une. Lo que termina causando más desaciertos que aciertos. Algo tan dispar como una historia de ambiciones corporativas y las malvadas intenciones de la secta ninja de The Hand se entrelazan con poca sutileza a través de la familia Meachum, socios y viejos amigos de los Rand.
Si bien es claro que se propone la serie, desde su estilo realista hasta las batallas de estilo oriental, es emular lo logrado anteriormente con Daredevil, lo cierto es que no sale ganadora ni se yergue con honor ante ninguna de ambas intenciones. La trama flaquea constantemente a causa de personajes sin mucha estructura de construcción y unas secuencias de batalla que, no sabría decirse bien si por culpa de la interpretación coreográfica o lo endeble del contexto que la rodea, denotan su artificialidad -a excepción del excelente trabajo logrando en los episodios seis y doce, sin duda los mejores-. Quizás lo más realista de una serie que intenta pero no puede tomarse demasiado en serio a sí misma. El resultado es una batalla en busca de igualdad entre Iron Fist y Daredevil, donde el héroe no vidente sale triunfador sin siquiera haberse presentado ante su oponente.
La última serie, hasta el momento, de Marvel y Netflix es un trabajo que denota por pasajes una intención más cercana a realizarse en pos de ser parte de algo más grande en el futuro, que de aportar algo interesante y existir por sí misma de manera independiente. Sin llegar a ser el desastre total que resultó el año pasado Luke Cage, Iron Fist se convierte en una serie más del montón con ciertos momentos destacables, pero que se permite ser vista con una lupa que indague en su construcción, ya que los hilos que se ven son demasiados frágiles, al menos cuando no están de por sí ya rotos. Un producto que deja verse más no ser meditado. Una serie que, como guerrera, no logra ser honorable y que aún le falta mucho entrenamiento para poder pelear sus propias batallas.