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Guns N' Roses en Argentina: el valor de ser sincero


Si lo único que hay para hacer es prender el amplificador y meter distorsión, generalmente las cosas van a salir bien. Las tres noches que Guns N’ Roses musicalizó en Argentina podrían comenzar con la misma pregunta “¿era tan difícil, muchachos, perdonarse y volver a tocar juntos?”. Evidentemente sí. Evidentemente no.


Las bondades de los shows se han escrito, hablado, narrado y repetido en todos los portales del país (y, según puede verse, ocurre luego de cada show en todas partes del mundo). Con el comando de Slash, que no necesitaba una reivindicación de su vigencia, la banda (que supo ser la) más peligrosa del mundo demostró porqué se había ganado su reputación de killers. Ajuste milimétrico en cada corte, copy and paste del sonido de antaño y (como siempre) la arrogancia por las nubes. Y allí, Axl, ya no tan avasallador, pero siempre tan gallardo, dando vueltas de acá para allá, por momentos desapareciendo para darle descanso a una voz que llega, con lo justo, a donde tiene que llegar.


Y en medio de todo eso, en medio de la tremenda desorganización del evento, comienza a saltar lo que atraviesa por detrás a todas sus presentaciones modelo 2016: la sinceridad. Si Axl no llega al tono, pues no llegará. Si él y slashito todavía guardan algún resquemor, no caretearán espalda con espalda gozando para la gilada. No habrá “Buenos Aires te amo” ni habrá “son el mejor público del mundo” si es que no hace falta. Será lo que deba ser, será un show en el que habrá que revalidar los pergaminos ganados, como si la banda se hubiera formado ayer. Guns N’ Roses vino a Buenos Aires a reconstruir de nuevo, desde 0, una reputación que no hacía falta revalidar. Y lo hizo.

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