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Festival Bue, día 2: Olé olé olé olé, Wilco Wilco


La segunda jornada del Festival BUE, que se llevó a cabo en el predio de Tecnópolis el pasado sábado, mostro una variada oferta de shows en los tres escenarios montados en un gigantesco predio.


El principal, montado al aire libre, lo abrió una de las promesas del rock emergente nacional, Mi Amigo Invencible, que cumplió con creces con lo que esperaban un puñado de seguidores, y llamó la atención del público que de a poco se fue acercando. Los más inquietos pudieron ver lo que mostraron en el tercer escenario también otras buenas bandas emergentes como El Estrellero o Federico Malaurie, por citar a algunas.


Capital Cities se presentó nuevamente en Buenos Aires. El dúo pop brindó un set de canciones fácilmente digeribles, mientras la noche iba ganando terreno y la amenaza de lluvia volvía a ser una realidad.


El show de Wayne Coyne comenzaba bastante antes que su banda, los Flaming Lips, salieran a escena. Es que el excéntrico cantante aparecía y desaparecía en el escenario, mientras comenzaban a caer algunas gotas aisladas, para ultimar detalles y para arengar al público.


Cuando llegó la hora, Coyne apareció, casi sin haberse ido nunca del escenario, para dar inicio al show. Fue entonces cuando una cantidad inumerable de papelitos, globos de colores y una exquisita iluminación oficiaron de un gran marco para “Rize for the Price” primer tema del set de una hora de los muchachos de Oklahoma.


En Flaming Lips todo es excesivo, y nada sorprende, aunque paradójicamente todo el tiempo pase algo. Es que sucede tanto que ya no se espera nada. Los Flaming Lips quizá pongan un énfasis desmedido en lo visual, cuando en verdad tienen canciones que pueden ser defendidas por sí solas. Por eso llama la atención el momento de calma que al fin llega en el última tema, “Do you Realize?”, el más despojado de la noche en cuanto a despliegue.


Pero más allá de lo que se puede decirm es una fiesta que hay que ver al menos una vez en la vida porque los liderados por Coyne son diferentes a todo.


El cierre del escenario estuvo a cargo de los Pet Shop Boys, que brindaron un set en el que ofrecieron varias de las canciones de Super, su décimo tercer disco y dejaron para el final alguno de sus hits. Se sabe lo que pueden brindar el grupo de Neil Tennant y Chris Lowe: baile y diversión. Y eso estuvo bien presente. Cuando volvieron al escenario para los bises dejaron dos de los temas que muchos estuvieron esperando “Domino Dancing” y “Always On My Mind”.


Pero lo mejor estuvo en el escenario alternativo ubicado en un pabellón techado a cientos de metros del escenario principal, lo que dificultó mucho la movilidad en el predio.


Ya de temprano, John Grant, ofreció una performance de gran nivel que mereció otro horario y otro escenario. Lo siguió Juana Molina , más profeta afuera que en su tierra, que brindó un set bien recibido por una buena cantidad de seguidores y algunos curiosos que la conocían más por nombre que por haberla visto alguna vez.


Pero lo mejor, quizá de todo el Festival, aún estaba por venir: Wilco fue la perla de la noche, el grupo que genuinamente levantó al público luego de cada tema interrumpido por un nutrido grupo de conocedores de su trayectoria coreando “Ole, Ole Ole Wilco, Wilco”


Es que en la primera visita a Argentina, Wilco logró transmitir el espíritu y la contundencia del grupo que se hicieron presentes de forma inobjetable. Ya desde el comienzo del show la banda formada en Chicago, fue envolviendo al público con sus sonidos experimentales y sin demagogia alguna “Random Name Generacion”, “I am trying to Break Your Heart” y “ Art of Almost” fueron sólo el inicio de una hora de climas y sensaciones que sólo bandas que tienen a lo experimental como norte pueden dar.


Wilco por momentos se muestra muy country pero eso es desarmado y vuelto a construir con una facilidad pasmosa. Porque sus músicos se ven concentrados en su instrumento a la vez que el espíritu grupal está bien presente. A Wilco hay que escucharlo quizá más de una vez, porque cada canción esconde secretos sonoros, que no son perceptibles a priori.


Pero una vez que se lo escucha, el efecto es hipnótico y de ahí los aplausos que coronaron cada una de las canciones que brindaron en Tecnópolis. Lo mejor, como sucede a veces, no siempre está en la cima (del line-up).

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