Review: Buscando a Dory
En la pacifica vida de los arrecifes de California, Dory es un problema. Si bien cataloga como un problema ameno, lo cierto es que su pérdida de memoria a corto plazo la convierte en una carga para Marlín, Nemo y demás amigos del mundillo marino. Desde luego que todos la adoran y tratan de protegerla de ella misma, pero por momentos se torna cuesta arriba.
La historia de Buscando a Dory se sitúa un año después de los acontecimientos de Buscando a Nemo (2003). Ya a salvo, un día común y corriente, Dory (Ellen DeGeneres) comienza a tener pequeños flashbacks de su juventud junto a sus padres. De inmediato, pica en punta por el arrecife hasta el borde del mismo y discute con Marlín, que la había seguido por precaución. Se produce un ida y vuelta de acusaciones, sobre todo por parte del pez payaso. Éste último entiende que le debe una a su amiga, que es necesario ir en la búsqueda de sus padres y es así como comienza la nueva aventura.
A diferencia de algunos filmes de animación que se han quedado sin ideas (léase La Era del Hielo y Shrek, por citar ejemplos de los últimos años), la muchachada de Pixar dio en el clavo otra vez. Buscando a Dory utiliza la misma fórmula que su antecesora pero alterando algunas variables: en primera instancia emerge la falta de un ser querido, en este caso sus padres; en aquel entonces la captura de Nemo por parte de los buzos provocó un quiebre en Marlín, dispuesto a todo por encontrar a su hijo. Luego arriba la respectiva búsqueda que conlleva en la aventura a través del océano, antes cruzándolo de proa a popa, de camino a Sidney; ésta vez con el destino unas cuantas leguas más cerca.
Andrew Stanton (director de Buscando a Nemo y de WALL-E, entre otras) sacó a relucir lo mejor del tridente de protagonistas, sumando nuevos personajes adorables, entre los que se destacan Hank (Ed O’Neill), un pulpo de siete tentáculos que ayuda a Dory durante el recorrido haciendo las veces de gurú, y las apariciones de Fluke (Idris Elba), un sedentario lobo marino.
Buscando a Dory es una película maravillosa, de nervio sensible. Mantiene la cuota justa de drama sin ser apabullante y sostiene el motor cómico encendido durante la hora y media de metraje. No sólo está a la altura de la primera entrega, sino que existe la posibilidad de que con el tiempo logre superarla.