Octafonic: De la formalidad a la rebeldía
El cotidiano ejercicio de la imposición de una etiqueta se ha tornado, desde hace un tiempo, en una conducta insoportable. La creciente adicción por la doctrina pragmática y las listas de causas y efectos están nublando con disimulo toda posibilidad de análisis y dejando de lado lo esencial del sonido: la sensación. Sería conveniente abandonar, al menos por un rato, los nombres y la relación “práctica” de los sonidos y sus géneros, para empezar a hablar de las emociones de la música, porque encontrarle una categoría a un grupo como Octafonic es embarcarse en una odisea de muchos caminos y mares distintos.
¿Qué es Octafonic? ¿Un grupo de jazz que hace rock? ¿Rockeros que hacen jazz con sintetizadores? ¿Electrónica con bases funky y solos de vientos? Hay múltiples géneros disponibles para encasillarlos, pero colocarlos en un solo lugar es subestimarlos. Octafonic hace músicas para la música, y el pasado viernes lo demostraron –una vez más- en Niceto Club.
Con una hinchada fiel pidiendo a los gritos el inicio del show, los protagonistas salieron al escenario vestidos totalmente de negro, para comenzar el recital. Octafonic abrió con “Waving Batons”, la voz y los sintetizadores de Sorín hipnotizaron al público con sus melodías y armonías opacas y absorbentes para que luego se sume toda la banda e inicien un viaje emocional lleno de escenas memorables acompañadas por una intensidad que fue en crescendo.
El repertorio consistió en canciones de su primer álbum, “Monster” y algunos adelantos de su próximo disco, que seguirá la misma línea sonora del grupo, música compleja simplificada para el pueblo, con toques delirantes y algún que otro riff pegadizo para que emerja la vibración colectiva al ritmo de Octafonic. El show, además de canciones del disco, tuvo pasajes de vientos que captaron la atención del público, que se contuvo en un respetuoso silencio para apreciar las melodías del tridente letal; un trance de voz de Nicolás Sorín tuneado con múltiples efectos y un solo de guitarra envolvente por parte de Hernán Rupolo para dar pie a “Over”.
La noche también contó con algunos invitados estelares, como el baterista Tony Escapa para interpretar “Whiskey Eyes” y la presencia de Lula Bertoldi de Eruca Sativa en la demoledora canción “Wheels”. El cierre se estaba acercando con “Monster”, la canción liberadora de monstruos, el público enloquecido contagiaba a la banda y viceversa, el recital había llegado a su máximo esplendor. Inevitablemente, el final parece ser siempre el mismo, nueve músicos que se presentan en una actitud muy formal terminan desparramados por el escenario como un alumno rebelándose contra el represor sistema educacional.
Los Octafonic se despidieron para después volver e interpretar dos canciones más. Totalmente encapuchados, comenzó un breve pasaje místico que evolucionaría a “Mini Buda” y “What”, temas que integraran el próximo disco de una banda que crea música dentro de la música, sin necesariamente depender de un nombre genérico ni una categoría, simplemente dependiendo del mismísimo sonido y del arte de la imaginación.