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McCartney: Enamorado de su pasado


La religión y la música no tienen tantas diferencias. Ambos fenómenos viven de los rituales. Para entender un poco mejor, se puede tomar un gran recital como ejemplo: primer paso, la compra de entradas, que de por sí ya genera una cantidad de expectativas enormes; segundo paso, la previa al show, que va desde escuchar todos los discos del músico hasta rezar por el tema que uno querría que tocara en vivo; tercer paso, el recital y toda la emoción que conlleva, la energía que se gasta mientras se canta, baila y salta; por último, el placer de sentirse completo, de haber compartido algo con otras personas como si las diferencias, por unas horas, no importasen. Es lo mismo que practicar alguna religión: se prepara al cuerpo y alma, se reza en un lugar común con pares, luego llena algún tipo de plenitud. Los verdaderos fans son como los creyentes.


Paul McCartney se presenta en Argentina el 15 de mayo en Córdoba y el 17 y 19 en La Plata. Nunca hubo una banda tan influyente como la de los cuatro de Liverpool: en 10 años de carrera lograron cambiar el rumbo de la industria. Y no solo eso, sino que no existe nadie en el mundo que no los conozca: a través de consignas tan básicas como “All you need is love” (“todo lo que necesitas es amor”) consiguieron la universalidad que pocas bandas logran. Entonces, poder tener la posibilidad de ver a un beatle, a un pedazo de historia, transforma al recital de Sir Paul en un acontecimiento religioso (y uno bastante caro, dicho sea de paso, con entradas a partir de los $1300, más o menos).


Las personas que se criaron escuchando rock y pop (en inglés), entienden bien de qué se trata todo esto.

La consigna es “hay que aprovechar mientras se pueda, porque no sabés cuándo se va a morir”. Así como los dioses son inmortales, a los grandes músicos se los concibe de la misma forma. En los últimos años, El Barba o la naturaleza se ha cobrado a algunos que todavía son dolorosos (por supuesto, Bowie o Prince son los casos más frescos), mientras que otras joyas aún habitan el mundo de los mortales: ahí entra McCartney, de ya 73 años, junto a Ringo Starr (el otro beatle vivo, no olvidar), y otros músicos del mismo calibre.


El problema del señor inglés McCartney es que, si bien nadie niega que es una pieza fundamental en la historia de la música y su industria, no supo envejecer de la mejor forma posible. Y es esta cuestión la que pone en duda, para algunos, si vale la pena o no hacer la peregrinación necesaria a La Plata o Córdoba. ¿Alcanza con haber sido un beatle?


Para empezar, los últimos trabajos de Paul han dejado un gusto a poco en la boca de muchos. Su último disco de estudio es New (2013), y si bien las críticas no fueron negativas, tampoco se lo puede tomar como un gran disco. Previo a eso, había publicado Kisses On The Bottom (2012), un trabajo con solo dos composiciones originales (“Only Our Hearts” y “My Valentine”) y el resto covers de jazz. Tampoco hay que olvidar el tema en colaboración que hizo con Rihanna y Kanye West, “FourFiveSeconds” (una canción paupérrima que le dio la posibilidad al Sir de aparecer en un video con las estrellas del momento, mientras que la cantante y el rapero lograron legitimidad al estar con

una leyenda). En su haber, post-The Beatles, McCartney tiene 24 álbumes de estudio, y desde la etapa que tuvo con su banda Wings (que tuvo como punto más alto el bello Band On The Run), McCartney no pudo hacer nada tan bueno.


Mientras tanto, los recitales que hace el Sir viven de sus glorias pasadas… muy, muy pasadas. Una vez más, hay que repetirlo: nadie niega la trascendencia e importancia de The Beatles. Pero un artista no puede vivir solo de eso, la gracia es que siga reinventándose. A veces los renacimientos pueden salir mal, como le pasó a Robert Plant con Shaken ‘n’ Stirred (1985), pero luego a sus 66 años apareció con la maravilla de Lullaby… and Ceaseless Roar (2014). Incluso Bob Dylan tuvo sus traspiés, hasta que aparecen tesoros como Tempest (2012) o Shadows In The Night (2015) en homenaje a Sinatra. Mientras tanto, Iggy Pop tiene 68 y se armó una banda con Josh Homme, Dean Fertita y Matt Helders, que es todo lo bueno que se puede esperar.


El paso del tiempo y la vejez, sin embargo, se ven mejor en los shows en vivo que en los álbumes de estudio. Paul McCartney tocó por primera vez en 50 años, en el recital que dio comienzo a la gira, “A Hard Day’s Night”. Lo que ocurrió después, es muy similar a lo que hace siempre: un cierre típico con “Live And Let Die” combinada con “Hey Jude” y bises que incluyen a “The End”. ¿Esto da piel de gallina? Ni lo duden. Lo que no emociona tanto es la repetición de un esquema que ya se quedó viejo, y transforma al show en una cosa menos actual y más nostálgica. Distinto ocurre con Plant cuando toca los temas de Led Zeppelin enganchados a sus propias composiciones, o con Bruce Springsteen que se anima a tocar canciones de Wrecking Ball (2012) con la misma energía que “Born To Run”.


Nada de esto quita lo que se dijo al principio: ver un recital de Paul McCartney es ver un pedazo de historia. A los creyentes que hayan predicado la música de The Beatles desde pequeños, porque esa fue la crianza que recibieron (y de la que más enseñanzas se van a llevar), ver al inglés les va a dar satisfacción. Todo el público tiene la garantía de que se va a llevar un show espectacular, de esos que después no se olvidan. Entonces la respuesta es sí, en algún punto alcanza con ser un beatle, pero esa seguridad debería utilizarse con el fin de encontrarle la vuelta al pasado para mirar el futuro.


Artículo escrito originalmente para la edición de mayo de Revista Spoiler

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