Banderas en tu corazón
- Facundo Bargach
- 20 abr 2016
- 3 Min. de lectura

La noche del viernes 19 de abril de 1991, un micro lleno de pibes que iban a ver a su banda preferida, salió desde Aldo Bonzi. La cita era en el mítico santuario de Obras Sanitarias y la banda, los redondos. En ese micro entre amigos y euforia, se encontraba Walter Bulacio, que nunca más iba a volver a dar una vuelta por su barrio.
No hubo extrañeza por parte de los padres de Walter, de que la mañana del sábado él no se encontrara revoloteando por la casa, o durmiendo después de una noche agitada, quizás porque pensaron que iría directamente a su trabajo, de caddie en el Golf Club José Jurado, lugar donde Walter venía laburando desde hace tiempo pese a que sus padres se resistían debido a que el muchacho se quería pagar por sus propios medios el viaje de egresados.
Pero Walter no había ido directamente a su trabajo. Se ausentó porque injustificada e irracionalmente pasó la noche en la Comisaría 35, luego de ser levantado en frente de Obras, metido a los golpes en un micro y revoleado horas después en una ambulancia en deleznables condiciones físicas, a raíz de torturas prolongadas a cargo del personal policial de dicho establecimiento.
Sufriendo un ataque de epilepsia, lo trasladan al hospital Pirovano. Luego lo llevan al Fernández para que pueda atenderse con un neurocirujano, pero al no haber ninguno lo devuelven al Pirovano. En este regreso los padres de Walter lo hallan, adolorido y tieso, y como si fuera poco, lo primero que oyen es a un Oficial que les dice que Bulacio llegó al seccional en pésimas condiciones, desmayado por las drogas y el alcohol.
La situación es crítica y la muerte inminente. Walter es llevado al sanatorio Mitre de Once a que le realicen una tomografía computada, derivado de un análisis que indicaba que tenía graves lesiones en el cráneo. En Once se descubre que Walter no había consumido ni drogas ni alcohol y se produce un encuentro tenebroso entre el Comisario Esposito y compañeros del colegio de Bulacio con amenazas proporcionadas del Policía a los indignados jóvenes.
El viernes 26 a las 4.30 de la madrugada, luego de días en estado de coma, Walter Bulacio muere. Ese mismo viernes sus compañeros de colegio realizan una sentada en la puerta del establecimiento educativo responsabilizando directamente a la Policía por el asesinato de su amigo y a la inoperancia del sistema de Salud Pública por la mala atención brindada.
Luego de caratulas groseras como “Muerte dudosa” y gracias a la ayuda de testimonios de compañeros de Walter y policías, se comprueba la razzia realizada la noche de Obras, incluido el agravante de haber mantenido a menores de edad en situación de clandestinidad, y el hecho crucial existente (la muerte de uno de ellos). Por ende, el Juez Pettigiani del Juzgado de menores, decidió detener y procesar a Espósito. Horas después, el comisario sería excarcelado y hasta el día de hoy, en libertad.
El caso bulacio se patea de Juez a Juez, de Juzgado a Juzgado e incluso en la Corte Suprema de Justicia. Todo bajo un manto de silencio y omisión estatal. En 2003 la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a favor de la familia Bulacio y frente al Estado argentino por actos y omisiones que abrieron la puerta a la violación de derechos a la libertad e integridad personal, a la vida, a las garantías judiciales, a la protección judicial, y los derechos de los niños. A la familia de Walter le dieron cientos de miles de papeles verdes insulsos y vacíos de justicia. Y Esposito camina por su barrio tranquilo como cualquier día.
El que lee el Caso Bulacio de forma aislada no sabe leer. O no lo quiere hacer. Bulacio es una cara más en la pared de los más de 4000 asesinados y asesinadas en democracia. Otra víctima del gatillo fácil y el asesinato de la maldita policía. Otro sueño robado. Las banderas en el corazón llevan el nombre de Walter y arden de dolor cuando son flameadas.
La imagen del rey, por ley,
Lleva el papel del estado:
El niño fue fusilado
Por los fusiles del rey.
José Martí, Versos Sencillos.
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