Review: Recuerdos Secretos
“¿Cómo te llamas?” Le pregunta un niño a Zev durante un viaje en tren, a lo que el anciano le contesta y le dice que “significa lobo en hebreo”, seguido de la mirada de asombro del pequeño. Una escena que quizá podría resultar de poca importancia durante el trayecto de la película, pero que al final de la misma tomará un nuevo significado, tal vez el que nos remite a la figura del lobo como ese animal salvaje e independiente que persigue al débil rebaño.
Recuerdos secretos narra la historia de Zev Gutman (Christopher Plummer).un hombre mayor que padece de demencia y que durante la Segunda Guerra Mundial fue prisionero en Auschwitz junto a su familia, siendo éste el único sobreviviente. Por medio de Max (Martin Landau), un compañero del geriátrico donde reside actualmente, Zev descubre que el soldado nazi que asesinó a su familia nunca fue juzgado y que vive en Estados Unidos bajo una identidad falsa, por lo que decide escaparse del asilo para ir en busca de venganza.
Estamos ante una impresionante interpretación de Plummer, que logra emocionarnos y sobretodo crear una genuina empatía con el espectador. Su figura logra traspasar la pantalla para hacernos sentir su desesperación, su tristeza, su vergüenza y su culpa, poniendo en tela de juicio nuestra propia moral. Zev es conciente de su vulnerabilidad, de que los momentos de amnesia que padece pueden entorpecer y dar por perdido el plan, y aquello lo vuelve un personaje complejo al cual cada caída lo obliga a retomar fuerzas y volver a empezar.
La participación de Dean Norris requiere también de una apreciación. Su escena le otorga al film uno de los instantes más alarmantes de toda la trama. El actor famoso por su interpretación del agente de la DEA en Breaking Bad, esta vez encarna nuevamente a un oficial pero con una repugnante ideología neonazi. Quizá, también, sea en este momento donde la mirada de Zev nos introduce de lleno en el horror de un pasado que no es excibido en la cinta.
El director canadiense Atom Egoyan, responsable de películas dramáticas como Ararat (2002) donde relata el genocidio armenio de principios de siglo xx en manos del Imperio Turco (protagonizada también por Plummer), nos invita en esta ocasión a una reflexión acerca de la justicia, o mejor dicho la ausencia de ella, y sus posible consecuencias negativas. Un sistema que permite la eximición de penas y la fuga de aquellos soldados que cometieron masacres durante la Alemania de Hitler, como también sucedió con otras dictaduras a lo largo y ancho del mundo, y un pueblo que lleva tatuado en su brazo la pesadilla eterna.
Egoyan logra con brillantez mantener el suspenso y la tensión durante hora y media de duración y eclipsar al público con un giro argumental en el desenlace de la película que resulta ingeniosamente efectivo.