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Steven Wilson: El comienzo de algo hermoso


“Hoy están acá porque responden a la melancólica poesía de esta música. ¿Creen que soy una persona miserable? Se equivocan. Pongo toda mi miseria en mis canciones…y se las doy a ustedes”. Con estas palabras, el inglés Steven Wilson interrumpió su show en Groove para presentar la siguiente canción. El comentario fue certero, sobre todo si se tiene en cuenta que el tema en cuestión era Routine, parte de su anteúltimo disco Hand. Cannot. Erase. (2015).


Esa noche, Wilson interpretó la placa en su totalidad. Y parece que esa melancolía a la que se refería es uno de sus principales atractivos, porque el público coreó cada letra, melodía y pasaje de esas canciones que tienen poco menos de un año. Otro atractivo es su banda, faro de todas las miradas, porque hay que decidirse entre ver al fluido bajo de Nick Beggs, a las precisas manos de Adam Holzman, la soberbia expresión de Dave Kilminster o al clon de Neil Pert llamado Craig Blundell.


También, el magnetismo de su carisma es remarcable. Atrás de esa cortina de pelo y su mirada por momentos perdida, el multinstrumentista puede ofrecer agua a quienes estén convalecientes en la valla, como también filmar en vivo un Snapchat para sus amigos. Pero si se tuviera que elegir un motivo por el cual Steven Wilson merece ser visto en vivo, es la fidelidad de su sonido. A pesar del invasivo zumbido del aire acondicionado de Groove (hasta los músicos se quejaron, por lo que fueron aplaudidos), la nitidez del sistema cuadrafónico en un lugar tan reducido podría hacer sonrojar al de Roger Waters.


En la segunda mitad del show, el inglés se dedicó a repasar una selección de temas de Porcupine Tree (Open Car, Sleep Together, Dont’ Hate Me y Lazarus), los highlights de 4 ½, su último trabajo (My Book of Regrets y Vermillioncore) y hasta una pieza de Storm Corrosion (Drag Ropes), proyecto que llevó adelante con Mikael Akerfeldt de Opeth. Para los bises, el cantante volvió acompañado de Kilminster y entregó una emotiva versión de Space Oddity y comentó: “Para mí, Bowie fue un ejemplo porque en 50 años nunca miró para atrás. Se necesita ser muy fuerte para cambiar como él, Frank Zappa o Neil Young”.


De esta manera, si alguien todavía las tenía, se disiparon las dudas. Wilson es capaz de entrar al estudio a “complicar” las cosas que cree muy simplonas (como dijo antes de presentar The Sound of Muzak) o tocarlas una y otra vez, porque las considera lo “mejor” que jamás compuso, como hace para cerrar cada concierto con The Raven that Refused to Sing. Él, como sus ídolos, busca la plenitud artística. Y con apenas cinco discos solistas, su camino recién empieza.

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