Lollapalooza, día 1: De la monotonía a la historia
Como el anuncio de una renovación, la mañana del viernes 17 comenzó con lluvia. Un año después de que se apagaran las luces del Lollapalooza, todo lo viejo se limpió con el agua. Entonces, ahora sí, hay lugar para algo nuevo.
En algunos de los primeros compases del día 1, los Meteoros, la banda liderada por Ale Sergi, extinguieron los dinosaurios del pasado con un pop pensado y a mid tempo. Un tentempié inesperado para muchos, pero celebrado por tantos más.
A partir de allí, empezaría el ping pong de artistas que propone Lollapalooza, con una característica ineludible: el contraste. De los rasgos refinados del pop, a la mugre y rugosidad de los Eagles of Death Metal. Los muchachos de California (esta vez sin Josh Homme, como viene sucediendo desde hace tiempo) regalaron una cualidad en peligro de extinción: la comunicación genuina con el público. Todo fue sonrisa y diversión arriba del escenario. Entonces, por esa propiedad transitiva que tiene la música, todo fue sonrisa y diversión también en el llano.
A partir de allí, llegó una seguidilla de presentaciones light, como para tener una merienda baja en calorías: The Joy Formidable insinuó buenas ideas, pero se perdieron en el viento, Los Walk The Moon propusieron un baile aleatorio, pero perdieron las bases, Albert Hammond Jr hizo extrañar al Julian Casablancas versión 2015 y los Twenty One Pilots fueron como un submarino con medialunas, una comida efectiva después de tanto producto bajo en calorías.
La lluvia no era una amenaza desde hace rato y cuando Dios empezaba a apagar la luz, para cuidar la factura de fin de mes, los Of Monsters And Men inundaron el escenario de su épica y emoción. Dos propiedades que, al parecer, necesitan existir en cada una de sus composiciones. Y allí sale a la luz el mayor de los problemas que aqueja a casi todas las bandas convocadas para este cartel: ellas han sido criadas bajo el dogma del mp3, bajo el ritmo ansioso del simple como obra mayor al CD, ese elemento obsoleto que tan sólo sirve para alojar a los hits. Entonces, la identidad debe incrustarse en cada una de las canciones. Resultado: el show se vuelve monótono y predecible, porque cada track representa la identidad completa del grupo. Estas bandas se resumen en una canción.
Y casi como una ironía después de la iluminación, Tame Impala demonstró que existen las excepciones: bajo el resguardo de un sonido impecable, la voz de Kevin Parker surfeó tranquila sobre los oleajes de guitarras con phaser y los climas de todos los colores que propone una banda que es furiosa y delicada a la vez. Felicidades, el premio a mejor puesta en escena es para ustedes. Porque todo está pensado como una obra conceptual y el espectáculo escapa al movimiento de unos pibes sacudiendo las rodillas suavemente; todo está ideado para que los ojos se trasladen a las pantallas, que muestran la música transformada en imagen.
Tras uno de los mejores shows en la breve pero intensa historia del Lollapalooza Argentina, llegó el momento de Eminem y su primera presentaciónen el país ¿10 años tarde? Sí, es cierto. Pero sin embargo, el pibe Marshall demostró que sigue vigente, pero algo aún más grande: regaló un pedazo de leyenda. Porque desde hace mucho se rumoreaba que allá, en Estados Unidos, hay un pibe que narra historias con más palabras que un diccionario y que, encima, es más veloz que Usaín Bolt. Todo eso es cierto. Y valió la pena comprobarlo.
Con la metralleta de conceptos aún sonando en la cabeza, el grueso del público se fue tranquilo a la jungla que es el mundo real, para buscar alguna forma de volver al hogar, aunque no por mucho tiempo: todavía quedaban varias historias por contar.