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Metal doblado, nunca roto


Un año atrás, el metal se enfrió y contrajo con la peor de las noticias: Bruce Dickinson fue diagnosticado con cáncer. Parecía que si el final tenía que llegarle alguna vez a Iron Maiden, iba a ser por medio de la fatalidad. Pero la enfermedad fue descubierta a tiempo y para mayo el cantante estaba curado. En septiembre, Maiden editó The Book of Souls, luego de cinco años de silencio discográfico, y eso sólo podía significar una cosa: la vuelta triunfal a los escenarios.


Sobre las ruinas mayas de la escenografía estaba Dickinson, acompañado por los primeros acordes de If Eternity Should Fail (el primer tema del nuevo disco), mientras ofrecía su alma cual chamán ante un pedestal humeante. Era como si después de semejante susto, sólo se pudiera jugar a la inmortalidad, ya sin creer en ella. Y claro que él sabe cómo hacerlo, o al menos eso demostró ante las 45 mil personas que coparon Vélez para dar fe de que la vida no puede tocarle el culo a la Doncella sin que ésta responda con una trompada.


A ese comienzo le siguió Speed of Light, otra canción de The Book of Souls y la prueba cabal de que hacer nueva música funciónó como una infusión de vida para la banda de Steve Harris (a quien el estadio entero le cantó el feliz cumpleaños, que había sido tres días antes). Pero, además de los nuevos libros, también era necesario repasar los viejos pergaminos y ahí fue donde aparecieron soberbias versiones de Children of the Damned, Powerslave y The Trooper.


Ver a Iron Maiden siempre es algo fuera de lo común. Las explicaciones razonables no le caben a una banda que, con todos sus integrantes en el umbral de los 60 años, todavía siguen tocando con la ferocidad de pibes de veinte. Es remarcable cómo Janick Gers revolea su Stratocaster; cómo Nicko McBrain castiga los parches o cómo Adrian Smith ejecuta veloces solos junto a Dave Murray.


Así y todo, ellos sabían que la estrella de la noche tenía ser Dickinson. El cáncer no hizo mella en su voz y él mismo parece haberse olvidado de que estuvo enfermo. O no, porque la actitud que adoptó sobre el escenario pone en vergüenza a quien quiera cantar Hallowed Be Thy Name como él lo hizo, porque evidentemente al piloto del Ed Force One todavía le sobra un puñado de las arenas del tiempo.


Después de la inesperada Blood Brothers y la siempre bien recibida The Number of the Beast, llegó el cierre con Wasted Years, como una metáfora del presente de la banda: Iron Maiden está en una nueva época dorada, donde vivir el presente significa dar todo. Sin perder el tiempo en los momentos pasados.

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