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Luna llena


Hay espectáculos que uno debe ver antes de morir. Algunos dicen que un show de Los Rolling Stones es imprescindible, otros un Boca–River, y los más cultos afirman que los rompimientos del Glaciar Perito Moreno deben ser presenciados antes del suspiro final. Pero cualquier enamorado de la música tiene que ir, sin lugar a dudas, a un concierto de Snarky Puppy, los maestros de la improvisación, los dueños de la dinámica de transición y los rockstars que practican jazz.


Ante un Luna Park repleto de jóvenes, bohemios y otros curiosos, Snarky Puppy brindó al público un show inolvidable, de climas tornadizos y sensaciones encontradas. Pueden ser diez, a veces veinte u once, incluso cuatro, no importa. Estos seres de la música logran reinventarse en el sonido, porque el grupo supera a los miembros pero en los miembros esta el grupo, ya que cada uno de ellos tiene algo para ofrecer.


Nadie se queda atrás, ni los vientos, ni las percusiones, ni el público. Todos participan de la música, así lo entiende Snarky Puppy, así lo vive Michael League, líder y cerebro del grupo, “Un poco nervioso” confesó en mitad del show con su peculiar acento norteamericano. Tampoco quisieron irse sin declarar su enamoramiento por Argentina, “Desde el día que nos fuimos quisimos volver acá” declaró Michael.


No habían pasado ni seis meses después de su primer y último show por éstas tierras del sur. En homenaje a nuestro país, estrenaron “Palermo”, una pieza a ritmo de chacarera compuesta por Marcelo Woloski, el integrante argentino y percusionista de Snarky Puppy. El resto del repertorio incluyó sus mejores composiciones de discos como “GroundUP” y “We Like It Here”, donde se deslumbra su sonido casi cosmopolita que va desde el funk estadounidense hasta los más cáusticos ritmos latinoamericanos.


Y claro, no puede faltar la marca distintiva del grupo: la improvisación. Cada miembro del grupo tiene un lugar para demostrar su amor por la música, un solo de guitarra, diálogos amenos entre los vientos, melodías de los teclados, solos de batería y percusión. Mientras uno se luce, sus compañeros lo escuchan y observan con admiración, se unen al público, después vuelven. Se deslizan con naturalidad y confianza sobre el escenario. Suben, bajan, dominan la intensidad sonora y los tiempos, hay cortes, silencios y variaciones ingeniosas, Snarky Puppy sabe lo que hace.


Hubo momentos para el humor, para la contemplación, para el baile y para cánticos de cancha dedicados a los músicos al ritmo de “Olé, olé, olé”. Ambas figuras, tanto los artistas como el público, disfrutaron la noche y el concierto, que a pesar de una lista extensa con canciones largas, pasó volando.


Al terminar el show con una marea de aplausos bajo la luna llena, quedó claro que Snarky Puppy marcó un antes y un después para el público que fue a presenciar la performance del grupo norteamericano. Se sabía de antemano lo que podía pasar, pero todas las conjeturas y previas por más exactas que sean, quedan en el olvido cuando se vive en carne propia el ritual del grupo que mejor entiende e interpreta la música, al menos por ahora.

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