Review: House of Cards-Temporada 4
La tercera temporada de House of Cards no fue la mejor recibida por el público. Sin embargo, en el final, ocurrió lo impensable: Claire (Robin Wright) dejó a Frank (Kevin Spacey). La power couple de las series de los últimos años, rota. ¿Cómo podrían funcionar el uno sin el otro?
Y ahí retoma la cuarta temporada. Francis no encuentra a Claire, y ésta desapareció para hacerse de las suyas e intentar impulsar su propia carrera política, mientras descansa en lo de su madre (Ellen Burstyn), Elizabeth Hale, quien tiene un cáncer galopante. Poco tiempo pasa para que la primera dama se dé cuenta de que es imposible rehacer su carrera, si Francis está siempre un paso adelante para arruinársela. “¿Cuándo empezaste a cuidarte a ti y no a nosotros?” le pregunta a su esposa el presidente de Estados Unidos.
El ascenso de los Underwood hasta llegar al poder absoluto fue la temática de la primera y la segunda temporada. El comienzo de la pérdida del control fue el leit motiv de la tercera. Entonces la fragilidad y la vulnerabilidad del matrimonio es el tema central de la cuarta. Porque, a pesar de las apariencias, House of Cards se trata de una pareja, la política es solo una excusa para desarrollarla.
A partir de ahora, SPOILERS
Entonces, ¿cuál es la vuelta que se le encontró a la historia para mostrar esta faceta de los Underwood? Varias vueltas, en realidad. Primero: Claire le propone a Francis ser su compañera de boleta, ser su candidata a vicepresidente. Por supuesto que Frank se niega, en primera instancia, pero…
Segundo: Lucas Goodwin, el trastornado periodista al que Frank le arruinó la vida, sale de la cárcel y en medio de una campaña, le dispara al presidente. Y no logra matarlo, pero a Meechum sí. Francis necesita un nuevo hígado, que por supuesto consigue gracias a que Doug intimida a la persona a cargo de la lista de trasplantes, pero hasta entonces queda hospitalizado y en coma: una serie de alucinaciones (similares a las que sufre Tony Soprano al principio de la sexta temporada de Los Soprano), en las que aparecen Zoe Barnes y Peter Russo. Sin duda una experiencia reveladora: Francis se despierta para darse cuenta que sin Claire no funciona, y viceversa. Y así surge la fórmula “Underwood-Underwood”.
Tercero: un candidato republicano interesante. William Conway (interpretado por el no menos que excelente Joel Kinnaman): el gobernador de Nueva York aspirante a presidente, un tipo de la gente, común, con una esposa y dos hijos. Conway y su esposa: lo que la gente quiere ser. Frank y Claire: en lo que la gente quiere convertirse. El planteo de las parejas opuestas es más que interesante, permite que se desarrollen y se exploren otros aspectos de los Underwood (la arista de Tom Yates como amante de Claire es simplemente brillante).
Tres vueltas, o tres instancias, que dan pie a distintas situaciones geniales. El resultado final es una cuarta temporada excelente, con un final sorprendente: si Francis y Claire están cansados de simular ser algo que no son, no queda opción más que instalar el miedo como política de todo.
Merece un párrafo aparte mencionar que la serie se apoya de forma constante en la dinámica que hay en pantalla entre los protagonistas. Wright y Spacey han encontrado una forma de actuar entre ellos tan creíble y tan brillante que resultan ser lo mejor de la serie. Difícil es pensar en dos personas que pudieran desempeñar mejor dichos papeles.
Muchas preguntas quedan en la cabeza del público, después de una temporada superior a la anterior, y que incluso recupera el espíritu de las primeras dos. Más allá de las incógnitas relacionadas con la historia, hay una que es más fuerte y es la que acompaña a la serie de Beau Willimon desde el momento cero: ¿se debe aspirar o no a tener una relación como la de Frank y Claire? No hay duda de que se merecen, pero ¿es amor o solo ambición compartida por el poder?