Noche de amigos
El under tiene estas cosas: no se arman shows, se hacen reuniones.
Allá, arriba del escenario de Niceto, están Senna y Prost, con el brasileño siempre a la cabeza, claro. Las pistas del mundo se suceden y, como si fuera una carrera única, los dos legendarios automovilistas siempre van palmo a palmo. El video está mudo, pero hay un sonido potente y aguerrido, que ruge como un motor. Es que, ahí, un poco más abajo de la pantalla están los Cabeza Flotante.
Durante el rato que dura el show hay una constante: todo es nervio en su sonido, una marcha imparable que voltea cualquier cosa que se encuentra por delante. Y esa, en definitiva, será la tónica de toda la noche.
Un rato más tarde, luego de un tiempo prudencial para que las cervezas empiecen a aparecer en las manos del público, se abrió el telón y aparecieron Los Rusos Hijos de Puta. Esta vez sí: sin importar qué haya del otro lado, el sonido golpea como un cabezazo a la pared de la vida. Gritos y canciones al palo; furia y un poco de mosh. Todo eso y más es lo que ofreció la banda más irreverente de la escena under actual.
En el segundo intervalo, como en cada una de estas veladas porteñas, hay tantos abrazos como gente. Ya lo dijo La Chiqui: “el público se renueva”, y es cierto, pero en este caso, todo funciona como una gran familia, un encuentro imprevisto, pero esperado.
El tiempo de espera fue corto. Por tercera y última vez, la tela negra que hace las veces de telón se divide en dos y los anfitriones aparecen. Luego de La Danza de los Principiantes, su último (e imprescindible) álbum, Mi Amigo Invencible se ha consolidado como una de las bandas con más identidad de la escena. Todo en su sonido es una interminable colección de estanterías, capas que se suceden y ocultan niveles más profundos. Y eso fue lo que se representó en la noche de Niceto: un audio fiel y familiar, necesario para reflejar la calidad del trabajo del grupo.
Suele decirse que la puesta en escena funciona como puntal para aquel que carece de libreto. Será por eso, quizás, que la pérformance de los mendocinos en el escenario es más bien estática y monocorde. El que tiene la música, muchas veces, no necesita nada más.
Casi llegando al final del espectáculo llegó el momento de Edmundo Año Cero, tal vez la canción más enérgica y poderosa del grupo. Y, de impreviso, Julián Desbats, violero de Los Rusos, apareció en el escenario, en un pogo solitario y personal, casi como un anticipo de lo que vendría. Un par de temas más tarde, la noche terminó con los músicos de todas las bandas en una comunión sonora. Cada cual con un instrumento en mano, tocando, golpeando y creando.
El under tiene estas cosas: no se arman shows, se hacen reuniones.