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Yo soy el que arma una banda de rock


Sonar bien en vivo es uno de los mayores desafíos que tiene cualquier banda. Pero, que el desempeño on stage sea el esperado tiene que ver tanto con el talento de los músicos como del staff para montar el escenario. Ser asistente, stage manager o plomo no es una tarea fácil y se perfecciona con los años. Un mundo desconocido que subyace lleno de entrega, amistad y pasión por la música.


A la hora de disfrutar un show, es poca la atención del público que reciben estos hombres de negro. Ellos viven en el anonimato al igual que el Ghost Writer que se esconde detrás de un discurso presidencial. Casi nunca aparecen en el escenario y si lo hacen es para, por ejemplo, cambiar guitarras en un movimiento fugaz o, en el peor de los casos, solucionar algún infortunio. Sólo durante esos segundos se materializan ante un público que los olvida al instante o ni los registra. Es que su tarea es esa y es clara: pasar desapercibidos y que todo suene a la perfección.


Sin embargo, es mucha la responsabilidad que tienen en unas manos que cargan y descargan instrumentos y pesadas bauleras. Su tarea es fundamental; el músico lo necesita y viceversa. Como el huevo y la gallina, no sabemos quien vino primero pero son indispensables, de eso estamos seguros. Revista Spoiler entrevistó a Enzo Sánchez (37) y a Ariel Ronchi (28), dos meticulosos y perfeccionistas laburantes de este rubro. Pero primero, algunas aclaraciones.


Múltiples bautismos


El nombre de esta profesión muta a medida que se traspasan las fronteras del continente americano. De sur a norte, sólo reciben el nombre de Plomo en Argentina y Uruguay. Desafortunadamente, nada se conoce acerca de esta nominalización más que escasas especulaciones y sospechas. Quizás se deba a que consta de un trabajo pesado, pero son simples conjeturas. En Chile, en cambio, los nombran como los Viejos. En Paraguay los llaman Machuteros o Parlanteros. En Venezuela responden al nombre de Caleteros. Si necesitan llamarlos en Mexico lo hacen al grito de Secre – término que resulta de llamarlos secretarios- o Chalanes. Los yanquis los bautizaron como Roadies –estos técnicos acompañan a la banda de gira en la ruta- o Crew. Por último, si cruzamos el Atlántico, España es la excepción. Allá la nomenclatura se deformó y Roadie mutó en Rodi aunque también los pueden llamar Pipas.


Más allá de estas salvedades, el término universal es Staff. De todas formas, esto no quiere decir que la terminología englobe a las mismas tareas. Dentro del Staff se encuentran los técnicos que acompañan a cada músico, los encargados de cargar y descargar los fletes, los sonidistas, los iluminadores y los encargados de la producción. Es usual que las tareas estén bien diferenciadas en las bandas que cuentan con un amplio equipo de trabajo. Sin embargo, no siempre es así. Dentro de equipos más reducidos, muchas veces el stage manager tiene que realizar varias tareas. “El plomo hace de todo. Es multifunción porque tiene que sobrevivir”, explica Enzo Sanchez, quien asistió a Los Piojos por más de 15 años y trabaja en el ambiente hace más de 20.


Autodidactas


La tarea del Stage Manager comienza muchas horas antes del show. Ellos son los que buscan los instrumentos, amplificadores, cables, y todo lo que el músico necesite a la sala de ensayo o a dónde estén depositados. Con el flete cargado con fuerza pero con cuidado, el team arranca para el teatro o el estadio. Precavidos, cuentan con un as bajo la manga: el Rider técnico. Este documento detalla minuciosamente todos los aspectos del sonido y la puesta en escena del show. “Con el Rider sabes qué es lo que se lleva y qué se queda. Porque una de las funciones principales es no perder nada. Tu función es que el músico este cómodo. Eso va desde no perder nada hasta que todo suene bien. Un músico es un artista y se libera arriba del escenario. Entonces, vos tenés que lograr que eso se dé”, explica Ariel Ronchi, músico de la Zona Sur de GBA, organizador del Festival Ultrasónica en Temperley y staff fijo de bandas como “Mil Cometas” –a la que él también integra-, “Parque Fantasma” y “Roben Couso y los Noruegos” del under sureño. “Hay que ser precavido. El asistente tiene que estar preparado para asistir lo que está mal. El asistente hace todo lo contrario al músico: tiene que estar preparado para el error, no para lo que sale bien”, indicó Enzo.


Pero llegar a ser un buen stage se logra sólo con experiencia. Ni Enzo, ni Ariel hubiesen alcanzado tal grado de profesionalismo sin sus años de trayectoria y de ensayo y error. “No existe un curso de plomo, ni de asistente, ni de stage. Por una parte se hace y por otra parte se nace. Yo, como soy músico también, cierro un círculo y quizás me ayudó mucho conocer de música”, analiza Sanchez. Él comenzó a trabajar con Los Piojos con sólo dieciséis años: “Empecé a aprender lo que eran las guitarras cuando todavía no eran una banda tan convocante. Después, todo fue creciendo cada vez más. La banda fue creciendo y también el conocimiento de mi trabajo”, agregó. “En ese tiempo las bandas necesitaban más de gente amiga que de gente que sepa para trabajar en un escenario y así aprendí. Hoy por hoy, ya es un personal capacitado, se profesionalizó”, concluyó.


Amistad, ¿Indispensable?


El lazo que une al músico con su asistente no tiene techo. En la mayoría de las bandas cada músico tiene una persona que está ahí, en las sombras, a su disposición. Con una sola mirada, el stage sabe darse cuenta de cómo se siente el artista por sus gestos: lo conoce todos. Observa atento lo que nadie ve y desde el backstage es el principal nexo entre la banda y el sonidista. La relación con el músico se construye con el tiempo hasta llegar al momento en que las palabras sobran, el conocimiento es pleno. Cuando se llega a tal entendimiento, el músico ya no puede pensarse en el escenario sin su asistente, su caballo de batalla. Hay numerosos ejemplos de esto, uno es el de Aníbal Forcada, actual bajista que acompaña a León Gieco. Forcada asiste al cantautor desde 1979. Es el responsable de El blues de los plomos, track que redactó un año antes mientras asistía a Nito Mestre y nombre del documental que relata las historias de algunos plomos argentinos. La canción se alzó en los rankings luego de salir de la boca de Gieco en el festival B.A Rock del año 1982. En ese mismo año, Forcada fundó Oveja Negra y se codeó con artistas como Nito Mestre, Celeste Carballo y Juan Carlos Baglietto en Por qué cantamos, legendario show del 84, por ejemplo. Una clara situación en donde la amistad ayudó a gestar una carrera profesional.


Pero la amistad, ¿Es esencial para este trabajo? “El stage es la persona que está detrás del telón. Pierde prestigio porque no lo ve el público pero es el mejor amigo del músico. Entonces, se pierde por un lado pero se gana por otro”, detalló Ronchi. Por otro lado, Enzo disiente. “No sé si tenés que ser el mejor amigo del músico, tenés que entenderlo. Y lo digo yo que laburé con una banda en la que sí éramos amigos. La palabra amistad es demasiado grande, tenés que tener onda y conocer a la persona que vas a asistir. Si sos amigo puede que en algún futuro tengas algún gesto de ingratitud. Porque la banda crece, los plomos no”, enfatizó. “Vos te sentís parte de la banda por la amistad pero nunca vas a serlo. Todavía existen bandas que tienen amigos trabajando. Creo que si Los Piojos seguirían existiendo todavía estaríamos nosotros ahí”, confesó.


"El que lo fué también entiende al que está y es todo una cadena”


Legendarias estrellas de rock tienen un pasado roadie. Lemmy Kilmister, sin ir más lejos, asistió a Jimmy Hendrix antes de saltar a la fama con Motorhead. Inspiral Carpets, grupo de rock alternativo británico de los 80, tuvo a Noel Gallagher entre su staff. Hasta el mismo Kurt Cobain hizo tareas de asistencia para The Melvins. En Argentina no nos quedamos atrás. “Dos o tres de los integrantes de Los Piojos fueron asistentes de la banda de Fabiana Cantilo cuando eran chicos. Esa banda se llamaba Fabiana Cantilo y los piojos del submundo. Por eso se la banda se terminó llamando así. Entonces ellos también fueron asistentes. El que lo fué también entiende al que está y es todo una cadena”, una primicia que nos regala Enzo Sanchez. Al parecer, el puesto de stage es una buena manera de incursionar en la música. Músicos ambos, tanto Ariel como Enzo trasladan el conocimiento que adquieren de sus trabajos a proyectos personales en donde lo ponen en práctica.


Conocimiento y desafíos


Lo estipulado por estos dos stage managers como conocimiento esencial va desde saber de electricidad “para no quedarse pegado” a sacar teclados estéreo y microfonear. Primero, es fundamental tener la noción de qué va enchufado en dónde para que todos los instrumentos y sonidos se perciban con claridad. Luego, cuando el escenario esta armado lo primordial es tener precaución en donde pisar porque “cualquier cosa que pisas se desenchufa”, insiste Enzo.

Por último, mantener al staff unido, que las entradas para solucionar problemas en el escenario estén organizadas y que “nadie se queje” son los mayores desafíos del equipo. “Cuanto más aceitado tenés el trabajo mejor se hace. El asistente arma la banda, deja la banda presentada en el horario estipulado y si hay un error antes, durante o después, trata de subsanarlo lo más rápido posible. La gente no te tiene que ver. Cuantos más asistentes entran al escenario es porque algún quilombo hay. Nosotros en realidad somos como los árbitros en el futbol, tenemos que pasar inadvertidos”, comenta Enzo.


Plomo se nace


Algo extra debe haber en las almas de estos soldados que dan batalla durante cada show. Centinelas incansables, vigías a la orden y servicio de los que se llevan todo el crédito. Por eso, son tan o más amantes de la música que los propios músicos a los que asisten, crecen los demás a costa de sus esfuerzos. Son los primeros que llegan y los últimos en irse, siempre orgullosos de haber sido parte de un gran show. Aunque muchas veces el trabajo pueda llegar a ser tirano, no se pueden alejar de él y menos se imaginan cobrando un sueldo que se deposite desde otro ámbito que no sea la música. “No pude”, dice Enzo con total sinceridad. “Es difícil tratar con otra gente o estar en una oficina. Estuve dos o tres años en otros trabajos y los dejé por esto, YA NO PODÍA MAS”, confesó. Por otro lado, Ariel se gana la vida como analista contable pero se desvive por asistir a cuatro o cinco bandas por noche en los festivales que organiza en Temperley. Además, declaró que todo ese trabajo a pulmón muchas veces no genera ganancias. Por eso, tiene que haber un componente adicional que sólo ellos tienen. Ese que los acerca, hipnotizados, a donde quiera que suene un acorde. Para Enzo son dos: “Este trabajo va en la esencia. Y vocación y esencia van de la mano”.


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