Review: The Revenant
En los últimos años, Alejandro González Iñárritu ha vivido tras la marca de una constante: la pose. No sólo de él, sino de todo el entorno necesario de cualquier director hollywoodense. La prensa exagera y lo critica por su pose; él posa y saca a desfilar su inflado narcisismo; la temporada de premios lo (ad)mira y se babea. Y de tanta pasarela de vanidades, se perjudica la obra. The Revenant, entonces, no sale ilesa: todos posan, el tiempo pasa y los párpados, de a ratos, pesan.
En una expedición a tierras presuntamente vírgenes, un grupo de gringos obsesionados con las pieles de animales se ve emboscado por los nativos. Desconcierto, huída, flechazos y aullidos de dolor. Unos pocos sobrevivientes son guíados por un experto en el terreno -Di Caprio- y su hijo, mestizo, de madre aborigen y padre extranjero. La historia es conocida: tras el escape, el ex-carilindo devenido en barbudo es atacado por un oso, que lo deja tremendamente malherido. Es menester decirlo, para acallar a las malas voces: el orgullo sexual de Leo no ha sido explorado por el enorme animal.
A partir de allí, comienzan un raíd de malas noticias y eventos desafortunados para el casi mudo Di Caprio, que buscando el protagónico de su vida, encontró tan sólo a un personaje prácticamente inmovil, apático y falto de matices. Problemas, por cierto, que aqueja a casi la totalidad del elenco.
Después del Oscar, Iñárritu parece haber desechado la idea de trabajar con un guión fino y cuidado para caer en la tentación megalomaníaca del que se siente impune. Quizás por eso la trama resulte pegajosa y falta de ritmo y los rubros técnicos, ambiciosos, pero efectivos. Todo parece encaminarse a otra decepción para el bueno de Leo y a un golpe al orgullo de director mexicano. Decepción, claro, que será tal sólo y sólo si alguien se atreve a pensar que estos muchachitos hicieron el trabajo pensando en los premios antes que en el cine. Pero, ¿a quién se le podría ocurrir semejante barbaridad?
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