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Jessica Jones: existen peores cosas que la muerte

El 20 de noviembre pasado, Marvel lanzó su segunda serie para Netflix en lo que va del año. Luego del baño de sangre y violencia que fue Daredevil, Jessica Jones llega para instalar un aura neo-noir llena de sexo y tabú al universo forjado por la Casa de las Ideas.


Jessica Jones trabaja como detective privada. Vive en su oficina, un triste departamento de Hell’s Kitchen, en Nueva York. Además de tener fuerza sobre-humana, bebe cual legionario de Gengis-Khan, se agarra a las piñas con criminales y tranza con la abogada más poderosa de NYC a cambio de servicios. Está más cerca de haber sido creada por Rex Stout que por Brian Michael Bendis, guionista original de los cómics y productor ejecutivo de la serie. Pero entre tanta armadura robótica, seres cósmicos y dioses mitológicos, era hora de que el bajo mundo tuviera sus defensores.


Un día, Jones (Krysten Ritter) recibe a dos padres preocupados. Su hija se perdió y alguien sospechoso les dio el contacto de esta investigadora privada para que resuelva el caso. Jessica sigue una serie de pistas familiares, indicios de que alguien que la conoce está detrás de todo esto. No se equivoca. Se trata de Kilgrave (David Tennant), un psicópata con poderes de control mental, capaz de obligar a cualquiera a hacer cualquier cosa sólo con palabras.


Además del sexo, que tiene una fuerte presencia y demuestra cuán palpable es el mundo de estos personajes, el abuso es otro de los temas centrales de la trama. En Jessica Jones nadie es dueño de sí mismo. Desde una conductora televisiva hostigada por su tirana madre, hasta un súper-soldado entrenado como máquina de matar por una organización secreta, o la misma protagonista, rehén del pasado y el alcohol. Peor que la muerte es ser controlado, un objeto humano.


Durante el transcurso de los trece episodios, la serie tiene tres plot-twist que renuevan el interés. Cuando la atmósfera noir engulle y ralentiza el fluir de la historia, todo se quiebra para desacomodar al espectador. Y es algo que sucede hasta con los personajes. La representación que Tennant hace de Kilgrave es brillante y por momentos hace que el televidente lo compadezca. Que compadezca al violador, al asesino. Como si hubiese caído él también en su juego mental. Esta es tan sólo una de las cosas que lleva a cuestionar: A fin de cuentas, ¿quién es más víctima?



En su papel, Krysten Ritter no es nada más ni nada menos que el personaje fuera de la viñeta. Sabe que Jones, todo lo que toca, lo destruye. Comprendió la mierda, el odio y el pasado inefable de la detective. También está Carrie Ann Moss como Jeri Hogarth, la abogada que lega el trabajo sucio a Jessica, más en clave Claire Underwood de House of cards que otra cosa. Así y todo, es efectiva.


Lo peor de la serie viene de la mano de los personajes secundarios. Malcom y Robyn, para ser más precisos. En cierto punto, ambos tendrán una sub-trama que, como mucho, es infumable. Poco intrigante y al pedo. Sin dudas, el pecado más grave es que en el afán por incluirlos, acaban tomando decisiones que cambian el curso de la serie y eso desemboca en las situaciones más forzadas de toda la historia.


Pero esto es una pincelada fuera de lugar en un cuadro de altísimo nivel. De registro totalmente distinto al de su predecesora, algo que le juega muy a favor, más audaz y menos frenética, Jessica Jones es el segundo acierto televisivo que Marvel logra en un año camino al crossover que será The defenders, una especie de Avengers de la 1-11-14. Más violentos, sanguinarios y adultos. Y funciona, porque la pava se calienta a las piñas.

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